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opinión

Asúmelo, el descenso es una posibilidad

Hay que evitar, cueste lo que cueste, la deshonra, el mal trago, la humillación, de un descenso. Esa mancha jamás se borra. Porque el descenso es real, no un ser mitológico, ni una leyenda urbana. Está ahí y vive con nosotros desde hace meses...

11/01/2017 - 

VALENCIA. No es día para hablar de los pazguatos que dirigen la nave. Ni siquiera lo era ayer. Es momento de asumir el drama que nos azota e intentar remediar un destino que parece escrito de antemano. Tenemos a Carol Anne ante el televisor.

Bájense del guindo si están subido a uno; quítense la venda de los ojos si tienen una; abandonen la negación. Las camisetas no ganan partidos. La historia no vale para nada en el terreno de juego. Y lo que tú creas, mucho menos. Es el momento de adquirir conciencia de que el descenso a segunda es una probabilidad muy real. Más que nunca.

Lo es por los detalles diablescos que se empiezan a observar. Ya ni goles prematuros, ni regalados, ni penaltis para sentenciar, jugar ante el colista o anotar tres veces fuera de casa, sirven para ganar.

Deserten del autoengaño de creerse el maldito Bayern y acepten que hace mucho que este club no es nada más que un zombi deambulando peligrosamente por la tabla. Es hora de asumir que el Valencia se está yendo por el sumidero. Las sobradas basadas en el peso del escudo ya no valen ni para fanfarronear en la barra del bar.

En ese escenario, en esa lógica adquirida, cualquier cosa que pueda aportar para ayudar es buena. Quédese en casa si no viene con esa actitud. Mejor un Mestalla vacío que un estadio jugando en contra. Estos meses que quedan van a ser meses de mucha tensión, de palos y miedos. El Valencia necesita de gente dispuesta a participar en esta guerra, no a más estúpidos engañados por un falso sueño que vengan a restar.

Y no se equivoque, esto es por usted, no por ellos. Ellos se irán. Todos. Serán pasado en poco tiempo. Los que quedaremos tragando mierda somos nosotros. Hágalo por sus hijos, si los tiene. Hazlo por ti mismo. Hay que evitar, cueste lo que cueste, la deshonra, el mal trago, la humillación, de un descenso. Esa mancha jamás se borra. Porque el descenso es real, no un ser mitológico, ni una leyenda urbana. Está ahí y vive con nosotros desde hace meses.

Esto no es un cheque en blanco a nadie. No se equivoque. La protesta es necesaria, mostrar el rechazo ante una propiedad negligente es oportuno como nunca lo fue antes. Simplemente se trata de cambiar de muda mientras la pelotita esté rodando por el césped. En ese período de tiempo se juega la vida. La nuestra, no la de ellos.

No sé cómo, pero de alguna manera, debemos conseguir que las sillas vacías de Mestalla las ocupe gente joven. Adolescentes, los que acudieron al partido de Copa y se pusieron a creer y a empujar ante un gol de rebote en medio del caos, es lo que necesita un estadio acostumbrado a contagiar su ansiedad a los que juegan.

Esas nuevas generaciones nacieron cuando celebrábamos en La Cartuja. Es gente que no está contaminada, que no conoció el caviar y por eso no tiene reparos en comer choped. En ellos, la última generación que este club no perdió en detrimento de Messi, está la salvación. La actual y la futura. Cultivar su militancia es el mayor éxito que pueda conseguir esta institución. Porque son como nosotros en los 90, pero multiplicado por mucho.

Son los mismos que celebraban en Almería, o en Manises al regreso, un cuarto puesto despreciado y vejado por los demás. Los que se metieron miles de kilómetros para vivir en Mónaco un espejismo, mientras el resto retorcía el colmillo.

Es su hora; como es la de Lato y Soler. Es momento de despejar las mentes y falcarse ante la realidad con el ímpetu de un irreductible. Porque ellos lo conservan. Lo tienen, tienen ese tesoro a resguardo al no haber conocido las miserias del frente como hicimos nosotros. Aprovechen ese caudal social tan valioso.

Nosotros ya somos unos descreídos. Soportamos lo que nos echen con la pose del derrotado. No servimos para estos tiempos. Debemos dar un paso atrás y ponernos tras ellos, sujetándoles, apoyándoles, abriéndoles el camino. Si hay una mínima posibilidad de que el Valencia no dé con sus huesos en segunda, y con ello se sumerja en un cataclismo de difícil solución, está en manos de las personas que estén dispuestas a acudir a Mestalla a bramar incondicionalmente como si no hubiera un mañana, convirtiendo los partidos en un infierno para el rival y no para su propio equipo. Los partidos los debe empezar a ganar la grada.

De Meriton ocupémonos antes y después. En el durante no hay más cosa que nuestra propia supervivencia.

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