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LA CIUDAD Y SUS VICIOS

Con los cruceristas... o sin ellos: al habla con puntos calientes del turismo express

La conveniencia de la relación de Valencia con el turismo de cruceros vista desde los ojos de sus potenciales destinatarios

24/12/2016 - 

VALENCIA. Serpiente navideña o verdadero debate de calado, la relación de Valencia con el turismo de cruceros ha entrado con machete en un plano mayor: las ambiciones turísticas de la ciutat. Como en una batidora cuestiones tal que la guirifobia, el miedo al turismo de masas, los riesgos del exceso, la modulación necesaria pero también las oportunidades que genera han asaltado el tablero.

Abajo la escandalera. Albricias por un debate profundo que sobrepasa el caso valenciano y es quebradero de cabeza en aquellas urbes súper especializadas en turismo concentrado, de procesado rápido. La mcdonalización de los visitantes o una oportunidad de ensanchar la proyección propia. Ajá. Convertirnos en contador de visitas en el que a cuanto más mucho mejor o apostar por llegadas sostenidas en el tiempo. El crucero como mastodonte amenazante o más bien una esperanza blanca prometiendo el dorado.

Llamando a consultas a aquellos potenciales agentes capaces de relacionarse con el crucerismo (en un mundo ideal o en un mundo real).

Bernd H. Knöller, emblema hedonista, estrella Michelín al frente del estable Riff, es una de las voces más autorizadas para tratar la cuestión. Un insider presente en algunas de las grandes citas turísticas, enfrascado en la batalla de la promoción ante el exterior.

Knöller al aparato: “Según la organización NABU. EV de Hamburgo los 15 cruceros más grandes del mundo ensucian tanto como todos los coches en el mundo. O sea, que son ciudades flotantes extremadamente sucias. Se sabe de sobra que soy un gran fan de Valencia, de su gente, su magnífico entorno, el mar, lago, sol y montaña, y de su gastronomía mediterránea. Valencia es una joya, un lujo, una hermosa ciudad, que no se debe vender barato. Valencia necesita y merece un turismo sostenible, no un turismo lowcost. No se pueden evitar los cruceros, me temo, pero se deberían anclar por lo menos 12 horas aquí. Valencia lo merece”.

En una de las áreas calientes del paso crucerista, la calle Caballeros, Virginia Lorente (aka @atypica Valencia) tiene su embajada de souvenirs sustancialmente diferentes, artísticamente complejos. “Si hay un slow food, no sé si ya existirá el concepto slow tourist, pero debería haberlo, y ese, es el perfil que deberíamos buscar, porque si bien no es esa cantidad desorbitada de gente que sigue al mesías de la pala de ping pong (profesional que espero quede bien recompensado), el visitante que descubre la ciudad de una forma pausada e independiente es el que va a disfrutarla, y el que posteriormente va a hablar bien de ella, la va a recomendar, va a volver, en definitiva, la va a recordar. Es el que ayuda a que Valencia sea una ciudad turística, con todas las connotaciones positivas que tiene. Pero imagino que será muy útil, para los gráficos y porcentajes que tanto nos gusta hacer, utilizar las bandadas de cruceristas para indicar lo mucho que ha aumentado el turismo”.

 Sobre si el crucerista es o no panacea para el comerciante central, Lorente afina: “Si preguntamos a la mayoría de negocios, estoy segura que el turismo de crucero le resulta igualmente indiferente, más allá de verlos pasar corriendo, a veces alguno se escapa, compra algo, rápido, con mucha prisa y pregunta angustiado dónde está el sitio donde tienen que recogerles el autobús que los lleva de vuelta y cuando pasen una semana se preguntarán, aquella torre, el campanario, Micanosequé, ¿dónde estaba?, ¿era en Barcelona? ¡NO hombre, en Málaga, estoy seguro! ¿….Valencia?, no recuerdo muy bien, ¡ah no! Ese día tenía jaqueca y no bajé del barco”.

Rick Treffers resumen en su cuerpo espigado una multiplicidad de personalidades. Holandés pero valenciano, cantante pero guía turístico… Y al fin, como uno de sus principales lemas, un ‘turista optimista’. “Vivo cerca de la Avenida del Puerto y a veces se oyen los ‘claxon’ de los cruceros que llegan”, sitúa Treffers. “Aparte de esto lo percibo a nivel personal porque a veces trabajo de guía turístico en Valencia para poder invertir en mi carrera musical. Los turistas que llegan a la ciudad en un crucero suelen pasar no más de 6 o 7 horas en la ciudad. Solemos ir en bicicleta al centro histórico, cruzando el río y pasando por la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Excepto algún americano que se queja del sillín de la bici o del asiento estrecho del autobús y que no se atreve montar en bici sin casco, suelen ser personas muy tranquilas, agradecidas y fáciles de manejar. En las pocas horas que están, intento explicarles lo que es Valencia, no sólo históricamente, sino también respecto a la actualidad (idioma, política, cultura)”.

 “Los beneficios que los turistas que llegan en crucero literalmente consisten -sigue Treffers-en el alquiler de una bicicleta, pintxos o tapas y un par de bebidas en algún restaurante en el centro y trabajo para la agencia de turismo local y sus guías. Después del tour de tres o cuatro horas, suelen quedarse en el centro para gastar dinero en el Mercado Central o el Mercado de Colón, comprar unos souvenirs y luego cogen un taxi para poder llegar a tiempo en el barco. Así que, algo sí gastan, aunque no en alojamientos. Y si el guía hace bien su trabajo, igual algún día volverán para pasar más tiempo aquí. Otro beneficio que dan es que no hacen ruido por la noche, porque ya estarán de camino a Barcelona o Málaga. Desconozco las desventajas para poder opinar, pero seguro que las habrá también”

Y los museos, ay los museos. Y las librerías. Inma Pérez es una observadora privilegiada del reguero que los cruceristas podrían dejar allí, como responsables de las librerías Dadá en el IVAM y el MuVIM. “No lo percibo, ni a nivel personal ni profesional porque, a pesar de trabajar en librerías de museos, no suelen tener tiempo para visitarlos. Me da miedo pensar que el objetivo sea solamente batir récords y que terminemos formando parte de un decorado absurdo e impersonal, que desaparezca nuestra identidad, nuestros lugares, nuestras costumbres. Y cuando haya destinos más baratos, ¿qué? Nos quedaremos con innumerables bares ofreciendo paella de cualquier forma, tiendas de souvenirs imposibles… y un centro vacío. Yo quiero que la gente nos visite y nos conozca, puede que decidan trabajar o vivir aquí, pero esto creo que no será posible si masificamos los lugares y resquebrajamos el tejido de los que allí vivimos, convirtiéndolos en algo que no son, en algo que realmente no nos identifica. Lo importante será lograr un equilibrio y una integración, convivir”.

 A pocos pasos de la Lonja la tienda Simple es ejemplo de reconversión de objetos de siempre en poderosos emblemas cotidianos, punto de referencia en la inmensa mayoría de guías mundiales sobre la ciutat. Javier Ferrer es su creador. ¿Es él entonces quien se beneficia de los cruceristas? “La verdad es que no lo percibimos a menos que sea algún escapado que venga de forma autónoma, aunque por lo que tengo entendido poca autonomía les dejan a los pobres. No confío mucho en turismos de masas dirigidos e influenciados por intereses económicos. Este tipo de turismo tan veloz y transitorio no suele dejar huella. En alguna ocasión al principio me dijeron de untar al guía con descuentos para atraerme grupos lo cual rehusé. Sin embargo sí creo en el turismo. Me gustaría que nos valorasen por algo más que por el alcohol barato y nuestro clima. La verdad es que Simple también nació con la idea de dignificarnos como cultura y reivindicarnos. Por eso apoyo y busco el turista/viajero sensible, culto y relajado”.

Deben ser entonces los restaurantes los principales beneficiados del paso crucerista. El presidente de la Academia Valenciana de la Gastronomía, el arquitecto Sergio Adelantado, opina: “Personalmente me gusta vivir en una ciudad libre en donde se regule lo mínimo posible y se prohíba poco. Creo que el tema de los cruceristas al igual que el de los apartamentos turísticos, los locales de souvenirs, los restaurantes para guiris… en sí mismos no son malos, todo depende de la cantidad. No se si es factible controlar la cantidad de cruceros que llegan a Valencia, no soy experto. Pero preguntémonos qué ejemplo damos los vecinos individualmente, cuidando y gastando dinero en nuestro patrimonio cultural, en nuestras tradiciones, en nuestros centros históricos, en nuestra cultura gastronómica... a la vez que pedimos a los de fuera que lo hagan. Me daría mucha pena que en Valencia sucediera como en otras ciudades en donde los centros de interés cultural y patrimonial se han convertido en parques temáticos, en donde nadie vive, ya no son ciudad sino una isla vacía, camuflada dentro de una ciudad”.

Jesús Ortega es empresario de restauración en la zona cero, la plaza de la Reina y su entorno a cargo del Colmado y el restaurante LaLola. “Un autobús los deja sobre las once en la calle Navellos y sobre las cuatro vienen a por ellos para llevárselos al crucero. Normalmente como han desayunado copiosamente muchos no comen.

Apenas lo notamos. Esos días puedes ver el centro histórico abarrotado pero no aportan casi nada, es todo paja. Resulta diferente con los cruceristas que sí pernoctan (dos de cada diez) porque ahí sí notamos su consumo. Viéndolo desde otro lado, que vengan cruceristas puede servir de buena carta de presentación para abrirles el apetito y que vuelvan en otra ocasión, más relajadamente”

¿Es entonces Russafa, por la atracción de lo fresco, quien recibe las potencialidades de un crucero bien repleto? Álvaro Zarzuela, al frente de Gnomo, espacio repleto de “objetos absolutamente imprescindibles para la supervivencia contemporánea”, contesta: “No tenemos experiencia alguna con el turismo de cruceros. No parece en absoluto el público al que nos dirigimos. En Ruzafa disfrutamos de un turismo familiar y de pequeños grupos de amigos, que pasan varios días en la ciudad para conocerla y disfrutarla. Algunas veces que hemos hablado sobre el tema con otros pequeños comercios del centro nos dicen que no tiene nada de bueno. Sí, las tiendas se les llenan. Se llenan de golpe y se vacían igual de rápido, de gente que no tiene ningún interés en tu propuesta. Y que incluso a menudo maltratan el espacio y el género. Puedo imaginar que habrá quien salga beneficiado económicamente, pero no consigo ver los beneficios para Valencia y sus vecinos de recibir visitantes fugaces en cantidades masivas”.

En los bordes de Ruzafa, Cristina Chumillas, cofundadora de la galería de arte Pepita Lumier, atisba lejanamente su presencia: “Pepita Lumier está en la calle Segorbe, perpendicular a la Estación del Norte. Visto así, y teniendo en cuenta que un turista cuando llega a una ciudad busca el centro o barrios de moda como Ruzafa, deberíamos tener un alto número de visitantes de fuera de la ciudad y una parte gracias a los cruceros. Pues la respuesta es cero. Dudo que sea un turismo beneficioso, por las opiniones generalizadas del sector del comercio. Pienso que se debería estudiar de nuevo y mejor qué se pretende en Valencia, a quién nos queremos dirigir: ¿a un turismo de calidad, a cualquier turismo que sólo se traslada en cifras de visitas? Invertir sin saber el fin no consigue el objetivo”.

Definitivamente el debate debería plantearse, prolongarse. A ser posible sobre la cubierta de un crucero.

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