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Fernando, Soler y los mendigos del fútbol de Galeano

La temporada está amortizada. Y conviene marcar ya la cardíaca línea por la que se han de regir nuestros corazones. Los Reyes son los padres. Y la mayor transacción ha quedado a mitad de camino entre Abramovich y el indio del Racing de Santander. Nunca nacimos para ser ricos

1/02/2017 - 

VALENCIA. "Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios. Y cuando el buen fútbol ocurre, agradezco el milagro sin que me importe un rábano cuál es el club o el país que me lo ofrece". Eduardo Galeano, escritor uruguayo.

Estoy con Fernando. El peligro estaba ahí, pero ya pasó. Y salvo negativo efecto goma, el descenso ha sido como un coqueteo sin mayores con la esposa de un mafioso. Sin heridas. Más que nada porque hay tres equipos muy hundidos en el fango de la segunda. Y a poco que impere la racionalidad en la plantilla, se posará cómodamente en la zona templada de la clasificación, con un techo de cristal colocado en la séptima posición, siendo muy optimistas. Lo que nos viene ahora serán tardes de arena y cal, en las que recogeremos las migas talentosas de las arrancadas de Gayá, los centros de Cancelo o los cortes de Garay.

Y ya, querida parroquia. La temporada está amortizada. Y conviene marcar ya la cardíaca línea por la que se han de regir nuestros corazones. Los Reyes son los padres. Y la mayor transacción ha quedado a mitad de camino entre Abramovich y el indio del Racing de Santander. Nunca nacimos para ser ricos. Y si lo fuéramos, tampoco nos iría bien. Arroz y tartana, ese es nuestro sino.

«¿Y qué toca ahora, listillo?» se preguntará alguno de ustedes. Pues, sinceramente, disfrutar de cada momento de Carlos Soler, por ejemplo. No recuerdo una irrupción tal desde los tiempos de Tendillo. Vale, podrán hablar de Farinós -algo bonito hay en The Barraca-, pero el Fari era brega pura y dura. Lo de Soler es talento y elegancia. No lo digo yo, lo dice el que más sabe de fútbol sin estar metido en el fútbol que conozco, que es mi hermano Daniel. Tiene cosas de André Gomes. Que tenía cosas, a veces, de Zidane. Y eso es lo que nos queda. Dsifrutar y analizarlo al milimetro. Ver como no se achanta ante Boateng ni Roque Mesa. La insolencia con la que pide la pelota. Como deja desnudos de profesionalismo a veteranos como Nani, -marcharse el lunes andando con el equipo perdiendo en Las Palmas es de coscorrón y castigo privado, Voro- o minimiza la sangre de horchata del perenne cuestionado Parejo.

También pueden centrar sus ojos de aficionado gourmet en el resurgir de Gayá. Y observar como se quita el lastre de su renovación y vuelve a estar con la cabeza y el físico centrados para aparecer, como un ladrón de guante blanco sobre cualquier espalda del lateral despistado de turno para inflarse a asistencias de gol.

Las últimas cabalgadas de Cancelo o la sangre de Zaza -un tío que compara Mestalla con la obra de Dante, ojo ahí- han de ser el acicate que nos queda en esta Valencia más negra que blanquinegra, anclada en la melancolía del que se siente de paso, gris y sin luces entre semana.

Pero no se encariñen de ninguno de ellos, ya que nada garantiza que el próximo curso estén con nosotros. Así es el mercantilismo de las SAD. Este club no es más que aquel de los 80, donde la medianía se instaló después de los superequipos medio fracasados de Ramos Costa. Con diferente final, con el mismo orgullo. Como hacía la Mareona al ver partir a toda la ristra de yogurines de Mareo, cuando a aquel Sporting le dio por vestir calzón blanco. O como saben los más viejos de lugar con asiento reservado en los potreros argentinos. Donde no se encariñan con los pibes porque saltan enseguida el charco.

Hagan como Galeano. Pidan, con caballerosidad, una linda jugadita. Que es a lo máximo que vamos a aspirar. Y sí por alguna de aquellas, servidor se equivoca, pedirá disculpas a la nueva manera sabinera. Lo negaré todo.

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