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análisis | la cantina

Olga Fikotova, la versatilidad y su historia de amor

Foto: Wikipedia.
19/04/2024 - 

VALÈNCIA. Hace unos días murió Olga Fikotova, una deportista cargada de buenas historias y triunfos relevantes, a la edad de 91 años. La atleta nacida en Checoslovaquia se hizo famosa especialmente por su historia de amor con un estadounidense en plena Guerra Fría. Olga fue una mujer muy interesante que hizo muchas cosas. Una de las más destacadas, quizá, ganar el oro olímpico en lanzamiento de disco en los Juegos de Melbourne 56. Pero su caso fue muy especial porque también fue internacional en otros dos deportes: balonmano y baloncesto.

En el baloncesto, de hecho, llegó a ser subcampeona de Europa con la selección de Checoslovaquia. Y entre partido y partido, entre entrenamiento y entrenamiento, aún tuvo tiempo de matricularse en Medicina con el sueño de trabajar algún día con el Premio Nobel Albert Schweitzer. Pero dos años antes de los Juegos Olímpicos decidió probar con el atletismo. Su entrenador, Otakar Jandera, al ver que llevaba muchos años trabajando físicamente, le dijo: “Todo lo que necesitas es aprender la técnica y captar el ritmo”. Luego hizo que sonara el ‘Danubio Azul’, el célebre vals de Johann Strauss, por los altavoces de la pista de atletismo y le pidió a Olga Fikotova que empezara a girar y a girar.

Una semana antes de competir en Melbourne, Olga conoció a un lanzador estadounidense llamado Harold Connolly. Ella chapurreaba algo de inglés y Hal chapurreaba algo de alemán. Pero a esa edad, siendo dos veinteañeros, hay un idioma mucho más universal que cualquier otro para comunicarse. Fikotova triunfó en una gran final de lanzamiento de disco en la que se batió cuatro veces el récord olímpico. La atleta checoslovaca lanzó 53,69 metros en su quinto intento y superó así a las soviéticas, especialmente a Nina Romashkova, que había sido campeona olímpica en Helsinki 52 y que recuperó su corona en Roma 60. Fikotova fue la única atleta checa que se proclamó campeona en Melbourne.

Al día siguiente, Hal Connolly tuvo que esperar al último lanzamiento para proclamarse campeón olímpico de martillo. Él y ella se coronaron con la medalla de oro en un estadio abarrotado con cerca de 100.000 espectadores. Un momento que no olvidaron nunca. Años después, cuando Olga Fikotova ya tenía 75, explicó lo que sintió en aquel momento durante una entrevista con Radio Praga Internacional. “Para mí fue como, Dios mío, toda la humanidad me ama”.

La flamante campeona olímpica tenía la intención de volver a su país y acabar la carrera de Medicina. Pero el amor le cambió la vida y, un año después, el 27 de marzo de 1957, Olga y Hal se casaron en la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga. La pareja quería una ceremonia tranquila y por eso decidieron programarla a mitad de semana. Hay que viajar a 1957 y entender que, en plena Guerra Fría, no era sencillo permitir que la campeona de un país comunista se casara con un estadounidense. Por eso eligieron una fecha supuestamente tranquila. Pero llegó el día de la boda y el coche ni siquiera pudo llegar hasta la plaza porque les esperaba una multitud. Más de 20.000 ciudadanos deseaban con igual interés ver a los novios que a los testigos, que eran Emil Zatopek y Dana Zatopkova, otra pareja de atletas formada por sendos campeones olímpicos.

No fue fácil recibir el permiso para celebrar la boda. Los novios escribieron una carta al presidente Antonin Zapotocky para que autorizara el casamiento con un extranjero. Y hasta Zatopek, una leyenda, habló con él, pero Zapotocky dijo que no tenía tiempo para preocuparse por los asuntos personales de nadie. Pero al día siguiente le dio audiencia y hasta fue amable con ellos. Días después recibieron el permiso para casarse y viajar a los Estados Unidos, al otro lado del telón de acero, pero no le dieron un pasaporte. Normalmente Olga, como otros deportistas, viajaba en grupo con el equipo y no tenía que preocuparse por nada. En el tren, camino de Viena después de la boda, vieron que ella era la única que viajaba sin el documento. Ya en Estados Unidos, en Massachusetts, ella visitó la embajada de Checoslovaquia y allí le informaron de que no podían darle un pasaporte y, por eso, se perdió el Europeo de Estocolmo.

Más adelante, el comité olímpico de su país le comunicó que habían dejado de considerarla ciudadana checoslovaca y que no podía competir por Checoslovaquia. Olga Fikotova-Connolly adquirió la nacionalidad estadounidense y compitió por el equipo de las barras y estrellas en otros cuatro Juegos Olímpicos (Roma, Tokio, México y Múnich). Al principio, sus antiguos compatriotas le daban la espalda, le negaban el saludo y jamás accedían a hablar con ella. La propaganda comunista se había encargado de retratarla como una traidora. Pero tiempo después, cuando empezaron a competir atletas más jóvenes, hablaron con ella y descubrieron que era Olga quien había sido traicionada por su país. Fikotova-Connolly no volvió a ser medallista olímpica, pero el destino aún le reservaba un regalo: ser la abanderada del equipo olímpico estadounidense en los Juegos de Múnich 72.

Los campeones olímpicos tuvieron cuatro hijos, incluidos unos gemelos que llegaron a ser campeones universitarios en decatlón y voleibol. Hal y Olga se separaron en 1974 y ella se fue a vivir a California, donde estuvo trabajando muchos años en un centro de fitness. Ya de mayor se preocupó mucho por la salud y el bienestar de sus clientes, y por el medio ambiente. Olga se hizo vegana después de que un día, viajando por la carretera, se cruzara con un camión repleto de pollos aprisionados y maltrechos. En sus últimos años rehuía las entrevistas y solo concedía algunas excepciones para recordar, por ejemplo, el día que subió a lo más alto del podio olímpico. “Yo solo quería hacer feliz a la gente, no tanto orgullosa ni nada por el estilo, sino feliz”.


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