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opinión

La Champions como metáfora

25/10/2019 - 

VALÈNCIA. A estas alturas y después de cinco años de propiedad asiática, el único plan que tiene Meriton es clasificar al Valencia para la Liga de Campeones todos los años. Si no, no le salen las cuentas. Lo ha dicho en más de una ocasión Murthy y lo han subrayado todos aquellos que han marchado de peregrinación a Singapur a escuchar el oráculo del pequeño buda que rige los destinos del club traspasando futbolistas valiosos y cambiando entrenadores. Bueno, no exactamente. También hay una voluntad de crear una academia de futbolistas que sostenga al equipo, una cantera fuerte e inagotable de la que se puedan extraer diamantes a los que pulir y valorizar con el fin de venderlos a buen precio en el mercado.

Sin embargo, en este lustro, el Valencia solo ha accedido a la fase de grupos de la Champions en tres ocasiones y en todas ellas ha quedado eliminado a las primeras de cambio y tropezando contra equipos de menor potencial. Su dinámica recuerda a la de los conjuntos turcos o griegos, que dan un poco de guerra en las fases de grupo para acabar fuera del torneo cuando llega el invierno. No toda la culpa es de Lim y sus secuaces. En los 20 años de historia del torneo con el actual formato, el Valencia solo se ha metido entre los ocho mejores de equipos de Europa en cuatro ocasiones, la última hace ya 12 años, en aquella noche que terminó con David Navarro perseguido como un conejo por los jugadores del Inter sobre el césped de Mestalla. La Champions, por mucho que se empeñe Lim, no ha sido la competición fetiche del club. De hecho, cualquier aficionado valencianista cambiaría, sin dudar, las dos finales de Champions perdidas por dos títulos de copa, un torneo que, por lo que parece, no es del gusto de los rectores de la entidad. 

Mientras, seguimos acudiendo cada año al escaparate del máximo torneo continental para hacer un poco el ridículo. Pero, para no hacer el ridículo en la Champions es necesario invertir, tener un proyecto de futuro. No basta con esperar que surjan brotes verdes de la cantera y tener la suerte de que, durante una o dos temporadas, se junten en la plantilla cinco o seis futbolistas de primerísimo nivel. Hay que tener estabilidad deportiva, económica y social, visión de futuro y profesionalidad a la hora de tomar decisiones, virtudes de las que, por lo visto hasta ahora, carecen los actuales mandatarios del Valencia. De momento, la competición nos viene grande y no hemos rebuscado para encontrar nuestra talla como han hecho clubes de perfil similar al nuestro, como el Atlético de Madrid o la Roma, entidades que probablemente nunca ganen una Champions pero están en la élite del fútbol europeo desde hace años gracias a las virtudes mencionadas. En defensa del Valencia, se podrá decir también que este es un plan de futuro, que la política de la Academia dará sus frutos en las próximas ediciones, pero si miramos el papelón que ha hecho el equipo juvenil en las tres ediciones de la UEFA Youth League en que ha participado te entran ganas de salir a la calle y quemar unos cuantos contenedores. A la catalana.

La Champions se ha convertido en la gran metáfora de este Valencia, la competición del quiero y no puedo. Nos pasamos toda una temporada sufriendo por entrar en ella y, cuando lo conseguimos, seguimos sufriendo por ver que el equipo no está a la altura. Es como esa gente que se gasta gran parte de sus ahorros en viajar a Viena y compra entradas para el concierto de Fin de Año que ofrece la Filarmónica austriaca para todo el mundo, y luego acude al evento con el traje arrugado y los zapatos sucios, y hace ruidos cuando toca la orquesta. Porque, al final, la competición de clubes más importante del mundo desnuda tus carencias y, aunque te rebeles, estas siempre acaban aflorando. ¿Vale la pena continuar con esta alocada obsesión por ser cuartos todos los años para participar en una Champions que solo nos da disgustos cuando no ponemos los medios para que se convierta en una costumbre?

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